Actualmente, Malí cuenta un Índice de Desarrollo Humano de 0.427, que lo ubica en el puesto 182 de 189 países, con una tasa de pobreza del 78.1% y un 56.7% de pobreza extrema, según el Informe sobre Desarrollo Humano 2018 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Factores ambientales, como las sequias, que han aumentado en número y gravedad en los últimos años, consecuencia del cambio climático, unido a la escasa diversificación productiva y gestión inadecuada de los recursos naturales, así como la reanudación de los conflictos intercomunitarios en la mayoría de las regiones, han tenido y continúan teniendo un impacto devastador en la seguridad alimentaria y nutricional de la población, especialmente en los grupos más vulnerables como las mujeres y los niños, que enfrentan por ello importantes consecuencias en su salud y expectativas de vida.
Causas de la inseguridad alimentaria y nutricional en Malí
La economía de Malí se basa principalmente en el sector primario (agricultura, ganadería, pesca y explotación de los recursos forestales). Sin embargo, la creciente degradación del medio ambiente a causa de la desigual distribución de las lluvias, los largos períodos de sequía, el uso de semillas de baja calidad y las técnicas y prácticas de producción agrícola de bajo rendimiento, acentúan significativamente la inseguridad alimentaria y nutricional entre las personas más pobres de Malí, que generalmente practican una agricultura de subsistencia.
Todo esto, se ve agravado por la situación de inseguridad que vive el país en la actualidad, que no sólo amenaza la cohesión social, sino que también conduce a la degradación de los medios de vida y a la pérdida de propiedades, así como a la reducción de las oportunidades de empleo e ingresos para muchos grupos ya vulnerables, como las mujeres y los jóvenes.
Consecuencias a nivel individual, nacional e internacional
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el país presenta una tasa global de desnutrición aguda del 10% y una tasa de desnutrición crónica del 24% en el año 2018.
La desnutrición entre los/as menores de 0 a 5 años causa retraso en el crecimiento y muchas veces también la muerte debido a la falta de acceso a adecuados servicios básicos de salud.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) señala que la desnutrición infantil le supone a la economía de Malí cerca del 4% de su Producto Interior Bruto anual. Según la última Encuesta Nacional sobre Seguridad Alimentaria y Nutricional realizada en 2017, 2,7 millones de personas y el 25% de los hogares rurales sufren inseguridad alimentaria estructural y 3,5 millones de personas, y el 32% de los hogares rurales, están en situación de vulnerabilidad. Además de tener un impacto negativo en el crecimiento de los/as niños/as, la desnutrición genera un aumento de los costes de la atención médica, cargas adicionales en el sistema educativo, una menor productividad de la fuerza laboral, y una atmósfera de incertidumbre entre los/as jóvenes, que se ven obligados a emigrar a otros países. Estos impactos demuestran la urgencia de realizar mayores esfuerzos para reducir la malnutrición.
Nuestra contribución para mejorar la seguridad alimentaria y nutricional en Malí
Desde el año 2008, CONEMUND está implementado en el país una estrategia de actuación dirigida a apoyar la seguridad alimentaria de poblaciones rurales vulnerables, a través de la mejora de la productividad, la diversificación de la producción y el apoyo a la transformación de alimentos, mediante procesos que promueven la conservación medioambiental y la mejora de oportunidades de las mujeres. Actualmente CONEMUND, junto a su socio local, la ONGD ADAF Gallé, desarrolla un proyecto para promover la seguridad alimentaria y nutricional con equidad de género de la población de ocho pueblos de la comuna de Koumantou, región de Sikasso. Este proyecto ha sido financiado por la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AACID) en su convocatoria de 2018.
En los primeros meses de ejecución, el proyecto ha proporcionado semillas mejoradas de cereal y formación en técnicas apropiadas de fertilización de suelos y utilización racional de abono, así como ha hecho posible el establecimiento de dos huertas equipadas con pozos profundos y equipamiento solar.
Todo ello va a suponer un aumento de la productividad, la diversificación de cultivos, y una mejora en la dieta de las familias.